
EPÍLOGO
Si llegaste hasta aquí, gracias por abrir tu mente y aún más, tu alma,
este manifiesto no busca dar respuestas, sino encender preguntas,
no pretende convencerte, sino invitarte a que te convenzas por ti mismo.
es tuyo si lo necesitas y es de todos si lo compartes,
y si no te dice nada ahora, tal vez un día —cuando menos lo esperes—
una obra te lo susurre todo de golpe, sin palabras.
Sigue creando, sigue observando, sigue sintiendo.
porque mientras exista una mirada sensible,
una idea rebelde, una emoción compartida,
el arte no habrá muerto.
Una pandemia nos lo demostró:
fue el arte el que nos sostuvo cuando todo lo demás se detuvo.
El arte no le pertenece a los museos, aunque estos puedan resguardarlo,
no le pertenece al mercado, aunque lo cotice como mercancía,
tampoco al artista que lo firma, sino a la creación que lo inspira.
El arte es tan grande como la creación misma.
le pertenece a lo invisible, a la energía que nos soñó,
y por eso, te lo firmo con sangre: el arte no salvará al mundo,
pero puede salvar a quien lo crea, a quien lo contempla, a quien lo permite.
No es una varita mágica, pero algo ocurre —en lo invisible—
cuando un ser humano se detiene frente a una obra,
se conmueve con una melodía,
o permite que una palabra le parta en dos la certeza.
El arte no cambia gobiernos, pero puede cambiar pensamientos.
Y un pensamiento transformado sí puede cambiar el mundo.
Este no es un final, es una intención encendida:
Que el arte no siga siendo mercancía anestésica, ni privilegio ornamental.
Que se convierta en puente, grieta, espejo, semilla y relámpago.
Que provoque, eleve, duela, cuestione y consuele, sin pedir permiso.
Deseo que cada obra —por mínima que parezca—
logre esa vibración íntima que nos recuerda que estamos vivos,
sensibles, incompletos y por eso mismo, humanos.
Creo en un arte que no dependa de los filtros del mercado
ni de los disfraces curatoriales vacíos,
un arte que no necesite pasaporte de élite para ser legítimo,
pero que pueda habitar también los espacios formales
si estos se vuelven puentes y no barreras.
Un arte imperfecto, con cicatrices,
que respire en la calle, en las escuelas,
y también —cuando es auténtico—
en las salas blancas del museo,
en los muros agrietados del alma colectiva,
pero también en los espacios donde el arte
se comparte con sentido, sin imposturas.
El arte no necesita salvarnos,
pero sí necesita ser salvado de nosotros mismos.
Por eso este manifiesto no es una conclusión.
es un llamado, es una brújula, es una chispa encendida,
para quien aún no olvida que hay otras formas de habitar el mundo.
Atentamente,
un niño que aún vive en mí.
y que ahora pinta con más años,
más cicatrices,
y mucha más luz.
